Educar en Multiculturalidad: educar en individualidad es formar identidad

domingo, 18 de mayo de 2008

2º Artículo: Análisis "¿Reproduciendo exclusión o construyendo en diversidad?"



Artículo de Seminario “Colombia: del conflicto a la esperanza”, realizado el 29 de

noviembre del 2005.

Escrito por Alejandra Moreno y Claudio Fuenzalida.

Extraído del sitio http://www.aulaintercultural.org/IMG/pdf/colombia.pdf


Título:
Educación: ¿Reproduciendo
exclusión o construyendo en diversidad?

“Todos somos descendientes de inmigrantes”

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Entre los múltiples procesos o etapas por las que debe pasar una familia de refugiados al llegar a un nuevo país, está el ingreso de los hijos a los sistemas educacionales del país de acogida. Esto dado que uno de los principales derechos de los niños y jóvenes refugiados es el acceso garantizado a la educación, lo cual en el caso particular de Chile, se hace valer para cualquiera de los colegios municipales del país.

Esto constituye, además de un reconocimiento al derecho básico de todo ser humano a recibir educación, un paso fundamental en la integración social, no sólo de los niños y jóvenes refugiados, sino del grupo familiar que los acompaña. Así, la comunidad-escuela es una de las principales instituciones sociales en las que las familias refugiadas comienzan a establecer y adquirir un primer contacto social, cultural y vincular con la sociedad de acogida, transformándose la escuela en una de las primeras y principales redes de inserción social para estas familias.

De acá que resulte crucial reflexionar en torno a cuestiones como los procesos y experiencias de escolarización en los niños y jóvenes refugiados; cuán preparada está la sociedad, y específicamente los sistemas educacionales chilenos, para recibir e integrar a los niños y jóvenes refugiados, y en general a la creciente diversidad cultural que está caracterizando cada día más a nuestro país y cuál es el rol de la educación en la formación de valores que indiscutiblemente son requisito de la convivencia con la diversidad.

Tensión entre diversidad y homogeneidad

Si bien desde el comienzo de la historia, los seres humanos han viajado a lo largo y ancho de este mundo, hoy más que nunca vivimos inmersos en una aldea global, existiendo cada vez una mayor diversidad y contacto cultural dentro de las naciones. Particularmente en el caso de Chile, si bien se trata de un país mestizo producto de diversas influencias culturales, con ocho diferentes etnias indígenas vigentes, pareciera nunca haberse pensado a sí mismo como un país diverso culturalmente. Este afán homogeneizador, bajo el pretexto de la construcción de una “unidad nacional” ha ocultado, invisibilizado y negado al diferente, lo que ha constituido uno de los mecanismos más violentos de discriminación y de pérdida de identidad para los grupos minoritarios (Magendzo, 1996).

A su vez la educación y concretamente los centros educacionales, han constituido históricamente parte importante del tejido discriminatorio y negador de la diversidad cultural (y general), tejido que se ha formado en conjunción de una serie de variables históricas, sociales y psicológicas (op. cit.). Esto no es de extrañar, tomando en cuenta que los sistemas educativos son una agencia de reproducción social, que muchas veces no hacen sino repetir y transmitir en su interior las pautas, conductas, creencias, y actitudes que se

1 Lema de la marcha realizada en Paris el 7 de Febrero de 1993 a favor de una Francia multiétnica.

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dan en la sociedad externa. En este sentido, es legítimo decir que el sistema educacional chileno, mantiene una deuda histórica con las minorías en general y por lo mismo, con las culturales de nuestro país, en tanto ha obviado brutalmente el hecho de que cada cultura posee una lógica distinta en el ordenamiento y producción de sus conocimientos y que ésta obedece a una necesidad fundamental de mantenerse y proyectarse en el tiempo (Quidel, 2002).

Sin embargo, entre otros factores, la llegada en los últimos años de un cada vez mayor número de refugiados e inmigrantes, parece estar poco a poco removiéndonos de nuestros imaginarios de país homogéneo y aislado del resto del mundo, apreciándose expresiones tanto positivas como negativas ante esta apertura cultural. Así, si bien el número de inmigrantes y refugiados en Chile todavía no es significativo en comparación con las tazas de otros países, la tendencia va hacia un incremento constante, por lo que el tema de la integración cultural necesariamente debe ir adquiriendo cada vez más importancia en nuestro país, así como en el resto del mundo. A raíz de esto, es necesario preguntarse ¿Cómo podemos aprender a aceptar nuestra creciente diversidad, a valorar nuestra identidad y la de otros, y a reconocer la magnitud de nuestra condición humana?

Educación y diversidad: una deuda pendiente

Es en este contexto social donde las familias de refugiados deben comenzar a insertarse y a adaptarse, y donde específicamente los niños y jóvenes deben vivenciar su experiencia escolar. Si bien las experiencias de estos niños y jóvenes son tan variadas como únicas, observándose casos más y menos fáciles, percepciones y situaciones más y menos positivas, casos más y menos evidentes de discriminación o solidaridad, entre otros, hay un factor común que no se puede negar, y es el rol clave de la escuela como espacio de acogida y protección; instancia que permite por un lado, reconstruir la red social, especialmente con los pares y, por otro lado, desarrollar la identidad, todo lo cual será de una importancia decisiva para el bienestar y adaptación del niño o joven.

De acá la importancia lógica de que el espacio de la escuela y la experiencia escolar sea realmente un espacio potenciador, que permita el real desarrollo de estos niños y jóvenes y que sea capaz de responder a la diversidad de su alumnado (sea éste diverso culturalmente o sea diverso en cualquier otro sentido). Si bien la homogeneidad en la escuela no ha existido nunca, se ha tendido a actuar como si así fuera, siendo casi incuestionable el que el sistema educativo estuviera estructurado por y para el grupo mayoritario. En este sentido, la presencia de alumnos refugiados en la escuela (así como de otras minorías), son una oportunidad bastante valiosa para plantear al menos la necesidad de visibilizar, reconocer y hacerse cargo de la diversidad social y cultural dentro de la escuela, así como la importancia de que ésta logre adaptarse a las necesidades individuales de sus alumnos, y no que sean éstos los que se deban adaptar a la escuela. Además, implica necesariamente la reflexión en torno al rol de la escuela de transmitir y fomentar ciertos valores íntimamente ligados con la convivencia e integración de la diversidad, aspectos necesarios no solo dentro de las escuelas, sino dentro de la sociedad. No hay que olvidar que las aulas son mucho más que un lugar donde se transmiten y desarrollan conocimientos y habilidades, es un lugar donde se dan encuentros de valores,

creencias, ideologías, actitudes, entre otros. De acá que el sistema educativo se plantea como una de las principales herramientas formadoras en la sociedad, lo que ofrece grandes

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posibilidades de acción y cambio (Magendzo, 1996). En base a esto se puede decir que si bien la educación ha jugado en contra de las minorías culturales, también tiene la posibilidad y el deber de revertir esta situación. En este sentido, la formación en competencias que permitan convivir con la

diversidad, son sin duda un verdadero desafío y responsabilidad para la función socializadora y educativa de la escuela. El solo hecho de generar contacto entre grupos o personas diversas no asegura la convivencia pacífica, integrada y enriquecedora, de acá la importancia de que esta convivencia esté acompañada de una verdadera educación yformación, cimentada en los valores de la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la valoración y el reconocimiento de la diversidad, el diálogo, entre otros.

Las comunidades deberían ser capaces de aprender y experienciar cómo la comunicación entre culturas las enriquece, y cómo es posible y beneficioso para ambos vivir juntos en un territorio compartido, en tanto les permite abrirse a nuevas realidades, así como tomar conciencia de su propia forma de ser en el mundo. Los estudiantes deberían ser capaces de verse a sí mismos no como superiores ni inferiores sino como diferentes, y no como homogéneos sino como iguales. En este sentido, la escuela debe constituirse en un lugar que hace funcionar al mismo tiempo dos principios inseparables: el principio de la diferencia cultural y el de la identidad como ser humano, dejando en claro el mensaje de que por muy diferentes que sean nuestras culturas todos somos seres humanos con la dignidad y el derecho al respecto que eso implica (Charlot, 2004).

Al aludir a la integración de la diversidad en el sistema educativo no se apela a un currículo diferenciado ni favorecedor de ciertos grupos deslegitimados históricamente, en tanto esto constituiría sólo una forma más de perjuicio y subestimación. Lo que se busca es una valoración de nuestras diferencias y particularidades, bajo el marco de nuestra igualdad como seres humanos, la creación de espacios para que esta diferencia se exprese y se dialogue, contribuyendo al enriquecimiento de la realidad escolar.

Depende de nosotros convertir la llegada de inmigrantes, refugiados y otras minorías en una fuente de conflictos, discriminación y división, o bien en una oportunidad inigualable de convertirnos en una sociedad más rica tanto a nivel cultural, valórico y humano. El discurso de la integración, la valoración de la diversidad, el respeto y la tolerancia, debe ir acompañado de medidas concretas que apunten realmente a fomentar e internalizar estos valores como propios, de lo contrario se corre el riesgo de que este discurso se quede solo en eso, palabras. Para prender a “apreciar la diversidad” ¿No es

fundamental que la sociedad ofrezca instancias, espacios, oportunidades para convivir e interactuar con todo tipo de personas? ¿No es fundamental que esta convivencia se desarrolle en un contexto de educación valórica e intercultural?

Así, el creer que la escuela debe ser un lugar capaz de satisfacer las necesidades de todos y no al revés y el hecho de convivir con personas diferentes en situaciones de igualdad, a quienes se les reconoce y valora su diversidad, son situaciones que efectivamente representan una revolución para el área de la educación y que permiten avanzar hacia una educación más integradora y, por lo tanto, hacia una sociedad más humana, más justa y más igualitaria.


ANÁLISIS

Ante todo, debo mencionar que escogí este artículo debido a que esta problemática es un tema que hoy más que nunca toca a nuestra realidad educacional: Chile, un país con 8 etnias distintas y con un arribo de inmigrantes que va en escalada, es innegablemente un país multicultural. Nuestro país en los últimos años ha sido un polo de inmigración para ciudadanos peruanos, argentinos y colombianos, entre otros, motivados a avecindarse por mejores expectativas económicas y sociales. Es posible, además, hacer extensivo el tema a las minorías étnicas, que muchas veces pasan a ser extranjeros en su propio país y a cualquier otro tipo de discriminación.

Queda manifiesto por los autores Alejandra Moreno y Claudio Fuenzalida, el derecho que tiene todo niño a recibir una educación que le integre a la sociedad, tanto a él como a su entorno familiar. La escuela, para el inmigrante, será la entidad que le permitirá vincularse al mundo social y cultural de la sociedad que le recibe.

Por ello, a decir de los autores, será de importancia esencial cuestionarse el desarrollo y las experiencias de los chicos inmigrantes. Debemos hacer una reflexión acerca de si somos realmente una sociedad integradora, capaz de abrirle las puertas al extranjero, capaz de acogerle y capaz de tener una solidez valórica suficiente como para lograr una coexistencia sana en la pluralidad.

Tensión entre diversidad y homogeneidad

Actualmente estamos inmersos en una realidad globalizada; las comunicaciones son más expeditas, podemos viajar con relativa facilidad, sin esperar largos trayectos, que podían durar días, meses o incluso años. Chile siendo un país totalmente heterogéneo, paradójicamente ha hecho las veces de "homogeneizador". Un homogeneizador que niega a los seres diferentes, no les acepta, les excluye. En un intento por crear una identidad característica chilena, se ha denostado y desconocido las costumbres de los extranjeros, y bien cabe decirlo, de nuestras etnias. Se tiene la idea equivocada de que poseemos en Chile una cultura homogénea, la que debe ser imperativa (en muchos casos coercitiva) en el aula de clase. Vulneramos la identidad de ese otro, a quien se considera minoría, ese extranjero, el indígena o bien el muchacho campesino, distante y distinto. Los centros educativos, a decir de los autores, se han convertido en entes represores de la diversidad. La imagen de mundo de un chico del altiplano nortino, de un niño chilote, de un isleño o de un extranjero avecindado en nuestro país, puede ser distinta, mas no podemos perder de vista la esencia de la educación: la educación como actividad busca extraer lo mejor de nosotros mismos, busca potenciar nuestras capacidades intrínsecas. Pestalozzi dirá que la “Educación es el desenvolvimiento armónico de las facultades y disposiciones originarias de la naturaleza humana”. En suma, somos seres únicos y eso, aunque parezca de sentido común, es lo que jamás un educador debiera perder de vista, jamás agredir la unicidad de un niño, puesto que en nuestra diversidad, hay algo que todos compartimos: todo chico tiene una tendencia natural al bien y a contribuir a la sociedad que lo acoge. Bien lo dice Rousseau: "El hombre es naturalmente bueno, es la sociedad que lo corrompe".

En tiempos de la Colonia, se intento unificar y desaparecer la identidad étnica de los pueblos originarios, ora por razones de codicia y dominio, ora por otras más nobles e idealistas, como la evangelización. La idiosincrasia chilena tiende a la homogeneización, a igualarnos, pasando a llevar importantes diferencias que bien podrían enriquecer nuestro capital humano, nuestra cultura. En palabras de Ramiro de Maeztu, escritor español, "Decir que los hombres son iguales es tan absurdo como proclamar que lo son las hojas de un árbol". Pienso que muchas veces se pretende una igualdad, mas una igualdad malentendida. Esto, en el sentido que somos poseedores de una identidad, de una diferenciación, de características propias, que sumadas a las de otros enriquecen nuestra cultura.

La escuela se constituye en el estandarte de sociedad que determina los cánones y fines de lo que se busca en materia de educación mediante el currículo. Durante mucho tiempo se dio por hecho la existencia de una cultura mayoritaria, dominante, a la que debía supeditarse la cultura minoritaria. En antropología se habla de aculturación, proceso en el que un pueblo o grupo de gente adquiere una nueva cultura (o aspectos de la misma), generalmente en desmedro de la cultura propia y de forma involuntaria. Un agente de aculturación serían las colonizaciones. Se entiende que somos una sociedad homogénea y que a ella deben adaptarse las subculturas (etnias, inmigrantes). Cabe plantearse si realmente somos hay una cultura homogénea, como se ha pretendido creer. Pienso que la realidad es que el conjunto es una suma de singularidades; aún habiendo sido cada quien por sus experiencias de vida, posee ideas de mundo, creencias, una moral y costumbres distintas. Si ya cada quién es un mundo, por sí mismo, qué cabe esperar de una sociedad sudamericana de raigambre mestiza. No podemos hablar de una cultura dominante, puesto que realmente no somos un conglomerado que tenga caracteres definidos, esto por la diversidad de nuestros orígenes. Ni tan siquiera caracteres propios, debido a la influencia y asimilación de estilos de vida y costumbres foráneas, producto de la globalización.

Retomando las palabras de los autores del texto en cuestión, es por esto que los autores sitúan a la llegada progresiva de inmigrantes a nuestro país, como una de las principales causas para replantearnos el tema de nuestra identidad y la necesidad imperiosa establecer políticas que permitan una adecuada integración a los extranjeros y a las minorías. Chile debe hacerse consciente de su propia diversidad, a la par que aceptar el desafío de integrar y valorar al inmigrante y su cosmovisión.


Educación y diversidad: una deuda pendiente

Es en la escuela, dirán los autores, donde los niños y, por extensión, sus familias comienzan a partícipes de la comunidad. Aún cuando cada chico posea una historia de vida y tradiciones, aun cuando exista la discriminación o la solidaridad y de acuerdo a esto, sus impresiones de la realidad en que se inserta se conviertan en favorables o desfavorables, es innegable la influencia de del colegio como instancia integradora del niño, instancia que le permite establecer lazos afectivos con sus pares, dándole oportunidades para algo indispensable para el ser humano, que es el contacto con los otros, pues como dice José Luis Castillejos sobre la educación y la socialización, esta “no existiría si el hombre fuera un ser aislado”. Además, la socialización y el respeto de sus pares es crucial para la formación de una personalidad sana en el niño.

Los autores hacen hincapié en la importancia de la escuela, como motor que impulsa el desarrollo de los niños, no tan sólo en los aspectos cognitivos, sino también en los aspectos sociales y valóricos. Creo que el compromiso que el chico tenga el día de mañana con la sociedad en que está inserto, la lealtad y el amor hacia la comunidad y sus ansias de contribuir positivamente a esta, dependen en gran medida de la experiencia positiva o negativa que haya tenido en la etapa escolar, principalmente en los primeros años. La escuela, en este sentido, no sólo debe orientar sus fines al conocimiento enciclopédico, sino también cautelar que existen diferencias individuales en el alumnado, más o menos marcadas, vivencias, costumbres, tradiciones y necesidades distintas, que deben ser tomadas en cuenta en la sala de clase. Es la escuela quien tiene la responsabilidad de adecuarse a esta pluralidad y este peso no puede recaer sobre el niño.

A este respecto, los autores invocan a la reflexión sobre el papel que juega la escuela como entidad encargada de difundir valores que posibiliten una relación armónica entre los niños. Como dice Pierre Faure, educador jesuita, debemos “reaccionar contra una enseñanza que acentúa casi exclusivamente la adquisición formal de los conocimientos, sin preocuparse suficientemente de procurar una formación personal”. Los aspectos valóricos muchas veces son descuidados, en una excesiva preocupación por atender a los contenidos del currículo. No obstante, si deseamos formar hombres libres, debemos librarnos de las cadenas que nos impiden embarcarnos rumbo a una sociedad que se haga cargo de pluralista. La educación enciclopédica debe dar paso a una educación más reflexiva y crítica, que permita a los chicos romper el esquema de intolerancia y odiosidad hacia lo desconocido, hacia quien es diferente. Odiosidades que actúan como mecanismos de defensa, por el temor hacia lo desconocido. Se le achaca al este “Otro” toda clase de males: el extranjero será el enemigo, aquel rival que roba mi pan; el habitante rural o autóctono será visto como alguien inferior, incapaz de adecuarse a las convenciones y el “buen gusto” urbanos; en suma, quien ante los parámetros de la sociedad es distinto, suele ser objeto de burlas, escarnio o repudio. La educación – bien lo dicen los autores del texto – tiene como deber el cambio de estos viejos lastres que impiden el progreso de nuestra humanidad.

Parafraseando al filósofo Olivier Reboul, Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo, permitirle realizarse según su 'genio' singular".

Los cimientos que apuntalan esta evolución hacia la apertura son los valores. Como seres humanos no podemos vivir sin valores, sin ideales. Sobre los ideales “estos, a pesar de no existir más que en nuestra mente, no por ello son fábulas o quimeras carentes de vigor y “utilidad”, pues además de ser puntos de referencia de las aspiraciones humanas, son criterio de valoración (mayor o menor perfección) y poseen un uso regulador o normativo de las acciones”. Si educamos a los jóvenes en la reflexión, en la criticidad y en valores, aprenderán estos a dirigirse, a ser respetuosos con las diferencias, a entender y a enriquecerse de la singularidad del Otro. Como bien lo expresa el profesor Mèlich i Sangrà “la relación entre culturas no se concibe en términos de conocimientos o de reconocimientos, sino como escucha y responsabilidad hacia aquel absolutamente Otro”.

Los autores señalan que este es el camino para que los chicos compartan experiencias de vida, en respeto. Creo en este sentido, que si bien poco a poco nuestra sociedad se ha ido sensibilizando, aún hoy no existe una suficiente apertura mental para ver con altura de miras a las minorías. Que inmigrantes, jóvenes rurales, minorías étnicas y cualesquiera otras, sean tratados indignamente por algo absolutamente circunstancial, es deleznable e inadmisible en la sociedad que deseamos construir.

Si deseamos construir identidad en nuestro país, debemos partir aceptando la heterogeneidad. El otro será el espejo en quien me contemple, en quien me vea y entienda quien soy. Pues, en palabras del profesor Mèlich i Sangrà “la cultura propia, la subjetividad y la identidad personal, se forman a partir de la respuesta a la demanda del otro”.

Tomemos lo mejor de cada sociedad, tomemos como ejemplo al extranjero, que con esfuerzo busca ganarse un lugar y ser productivo al país. Aprendamos de su cultura. Recordemos que nuestra patria es una patria hecha de inmigrantes, una mixtura de orígenes. Inculquemos en los chicos el respeto a las diferencias. Desterremos los prejuicios de nuestras salas de clase, de las conciencias de nuestros niños. Creemos conciencia, eduquemos al niño en una conciencia crítica, que le permita desarrollar su individualidad; primeramente creo que es necesario que trabajemos en su capacidad de tolerancia y aceptación por el otro, pues en la aceptación y validación de la otredad, es posible diferenciarnos, lograr un mejor conocimientos de nosotros mismos y tomar conciencia de nuestro lugar en el mundo como seres únicos y particulares.

Los educadores deben cautelar que los alumnos no se observen como seres con quienes hay que competir o compararse: de acuerdo a los autores y citando sus palabras, “Los estudiantes deberían ser capaces de verse a sí mismos no como superiores ni inferiores sino como diferentes, y no como homogéneos sino como iguales”. Al respecto, tengo una discrepancia en este punto. Cierto es que debemos guiar al alumno a relacionarse desde una postura más amorosa hacia el otro y a liberarse de las ideas prejuiciosas que imperan aún como viejos espectros en nuestra sociedad. Tenemos tanta diferencia con el extranjero así como la tenemos con el compatriota que vive en el norte o el que vive en el sur. Definitivamente hay diferencias, mas lejos de temerle a esas diferencias, debiéramos valorar la riqueza cultural que esto conlleva. Aparentemente habría una digresión lógica en la afirmación de los autores, cuando señalan que los niños deben verse como seres diferentes, pero luego habla de una igualdad. Interpretando las palabras de los autores, es posible entender que cuando hablan de igualdad no se trata de emparejarnos; tenemos diferencias culturales, pero una igualdad como seres humanos: todos tenemos la calidad y la dignidad de ser persona. Es en ese sentido que somos iguales.

Los autores afirman que sería un despropósito para llegar a una integración de las minorías el establecer un currículo diferente, que pretenda favorecer a los grupos minoritarios. Y es que esto, lejos de favorecerlos, sería una forma más de segregación. Lo realmente deseable es que aprendamos como sociedad no sólo a tolerar, sino que a empatizar con el otro. Parafraseando a Mèlich i Sangrà “Nos situamos más allá de la tolerancia. La relación del otro se concibe como compasión (sufrir con el otro) y como responsabilidad (respuesta a la apelación del otro)”. La buena convivencia con las minorías será posible en la medida que busquemos puntos de convergencia, espacios en que podamos valorar y conocer al otro, y así re-conocernos.

Ciertamente se han hecho esfuerzos y las buenas intenciones no han faltado en esta materia. Ya en la Declaración de Ginebra de 1924 se incluía entre uno de los derechos básicos del niño, el derecho a una educación que le posibilite un desarrollo pleno de sus facultades, independientemente de su “raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento u otra condición”. Chile, además, firmó y suscribió la Convención de los Derechos del Niño junto a otros 57 países el 26 de enero de 1990. Sin embargo, aún cargamos con el lastre de viejas ideas basadas en la ignorancia y miramos con recelo al extranjero, al autóctono o simplemente a aquellos que nos parecen Otros.

Hay un discurso integrador. Hay una apertura de forma ¿pero de fondo? Cabe preguntárselo. Queda aún por internalizar, tal vez, el discurso aquel que nos señala como un país solidario; que este valor se haga extensivo a todos y no quede sólo como mera prédica. Quizás venga al caso recordar un estudio realizado por la UNICEF en el 2004, acerca de los prejuicios en niños, niñas y adolescentes chilenos. Al respecto, este da cuenta de un 46% de alumnos que considera a las demás nacionalidades como inferiores a la chilena. Asimismo, este daba cuenta de un porcentaje considerable de rechazo hacia la homosexualidad y las personas enfermas de sida. Debemos hacer un examen de conciencia e interrogarnos sobre lo que deseamos - a futuro - transmitir a los niños. Asimismo, cabe preguntarnos cuántas de estas odiosidades nos fueron heredadas, para así no traspasarlas a los alumnos. Si deseamos cambios, comencemos por nosotros mismos; veamos cuantos prejuicios encubiertos hay en nosotros mismos. Evitemos expresarnos en términos peyorativos, no sólo en nuestra sala con los educandos, sino en todo ámbito de la vida. Brindemos igual atención y respeto a todos los alumnos. A este respecto, rescato las palabras de Nieves Pereira “El mundo de hoy pide una educación que ayude a los hombres a ser. Todos tenemos el deber de llegar a ser. Compromiso personal y colectivo a un tiempo. Llegar a ser... hombres originales, más libres, más activos, armoniosos y equilibrados, señores de si mismos, aptos para la convivencia, capaces de dominar las cosas y mantener su vida trascendente”. Si buscamos guiar al alumno hacia su Ser, comencemos por convertirnos nosotros mismos en seres más íntegros, pues en el futuro, estamos llamados a iluminar conciencias.

Es necesario, además, cautelar y proteger al niño víctima de discriminación, pero a su vez, debe convertírsele en un sujeto dotado de autonomía, con una voluntad y propósitos firmes como para poder resolver los innumerables conflictos que puedan presentarse en la vida, cuando no haya quien velar por él. Debemos, cual artistas, modelar a un ser que sepa que posee un lugar en el mundo y que aún cuando pueda estar inmerso en un medio que parece serle adverso, sea capaz de revertir estas situaciones. Trabajar en la autonomía del niño es dotarlo de autoestima, es respaldar sus capacidades e inculcar en él un sentimiento de esperanza ante las adversidades. Así formaremos a personas que el día de mañana luchen por hacer de nuestra sociedad, de nuestro mundo, algo mejor.

Debemos incentivar en los chicos la convivencia y el intercambio de experiencias en la diversidad. Es necesario llevar las buenas intenciones a la práctica y que no queden solamente plasmadas en un papel como un loable ideario inalcanzable. Facilitemos instancias de reflexión al alumno, partiendo por la sala de clases, promoviendo iniciativas como debates sobre el tema, lecturas, proyección de films, representaciones teatrales, narrativa y talleres donde se promueva la discusión y expresión de necesidades en un ambiente de respeto. Filosofemos junto a los niños. Podemos, incluso, aprender de ellos. Es posible empezar a realizar cambios desde la sala de clase y utilizar recursos que no requieran gran inversión económica. Lo que se requiere es conciencia y voluntad.

El analizar este artículo y recabar información sobre esta temática, me ha hecho reflexionar sobre el importante rol del profesor en la construcción y progreso de su sociedad. Liberando a las generaciones jóvenes del oscurantismos mentales y prejuicios encubiertos que aún permanecen. Este artículo nos permite hacer tan sólo un atisbo tangencial al tema de la discriminación e integración de las minorías en el aula. Muchísimo más habría que decir, discutir y reflexionar. Y tanto más queda por hacer.

Sara Gutiérrez Villarroel


BIBLIOGRAFÍA USADA PARA CITAS, DOCUMENTACIÓN Y ANEXOS COMPLEMENTARIOS

  • “Filosofía de la Educación hoy”

Altarejos y otros

  • “La práctica de la educación personalizada”

Víctor García Hoz

  • “Antropología y educación”

Sara López Escalona

Sobre la integración de niños extranjeros en el aula escolar.

Sobre iniciativas (talleres) contra la discriminación



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